Pérdida, dolor, madurez y nuestro camino del héroe

Armando Ruiz
5 min readMay 17, 2020

Es curioso cuando nos ponemos a analizar el camino del héroe el fenómeno de los protagonistas huérfanos o con figuras paternas ausentes que a su vez establecen las condiciones para que éstos puedan lanzarse a la aventura.

Joseph Campbell también menciona la expiación con el padre: el hijo debe escapar de su progenitor para cumplir su propósito, dejar atrás viejo “yo” para así pasar de la niñez a la adultez, justo como a muchos nos pasa cuando tenemos que independizarnos.

Hace más de 10 años en un blog que ya no existe contaba la historia de las cuatro tumbas: en un panteón al norte de la ciudad en la que vivo está un cementerio. De 2000 a 2006 me tocó despedirme de mi abuelo, mi padre, mi madre y mi abuela, en ese orden. A los 15 años comencé mi relación con la muerte. Para los 22, me había cambiado por completo.

Considero clave retomar los conceptos de Campbell porque todos en algún momento de nuestras vidas encararemos a la muerte. Primero veremos cómo se lleva a nuestros abuelos, padres, tíos, amigos y hermanos antes de llamarnos a su lado. Aprendemos a lidiar con la ausencia y el dolor de la pérdida pero también con los buenos recuerdos y el amor que podemos dar a quienes siguen aquí.

Sin embargo preferimos pensar que ese momento nunca llegará, que somos inmortales y que aquellos que amamos siempre estarán ahí. Que podemos pelearnos con ellos, dejar de hablarles, faltar a cumpleaños y reuniones familiares, dejar sin contestar los mensajes o aplicar el conocido “a ver cuándo nos vemos” y descubrir que llevas años sin verte de frente con alguien querido.

La situación mundial en 2020 nos vino a recordar lo frágil de nuestra naturaleza, que podemos morir en cualquier instante sin deberla ni temerla, que en ocasiones no habrá oportunidad de despedirse y que no acostumbramos demostrarle cariño a los demás bajo la excusa de la falta de tiempo, de todas las actividades y trabajo por hacer o las presiones del día a día.

Quizá ese es uno de los objetivos de la muerte: recordarnos lo verdaderamente importante a los que tenemos el privilegio de poder despertar cada mañana. Tal vez esta situación tan poco usual logre que lo recordemos.

En mi caso, estas pérdidas cambiaron la forma en que me relaciono con mis hermanos: de ser cuatro personas compitiendo por la preferencia de los padres nos encontramos sin nadie a quien satisfacer más que a nosotros mismos. Nos vimos con dudas, miedos y un futuro incierto. Nos vimos dueños de nuestro camino.

Poco o nada te dicen cuando llega el momento de decirle adiós a alguien. No te dicen del shock de la noticia, de asimilar poco a poco que esa persona ya no estará en tu casa, no podrás platicar con ella o darle un beso de buenas noches. No te dicen que el verdadero dolor, cuando te das cuenta realmente de lo que ha pasado es cuando todos los familiares se van a tus casas y te quedas solo, asimilando que esa será tu nueva normalidad. Quizá por eso es tan importante el ritual del velorio, el sepelio o la cremación, ya que te permite un cierre.

Sin embargo, también hay una luz al final del túnel. Si bien al principio parece que al mundo se nos viene abajo y que jamás podremos volver a ser felices, con el tiempo te vas dando cuenta que es una herida emocional y terminará sanando, que dejará una cicatriz, porque nunca olvidarás a la persona y su ausencia, pero aprenderás a vivir con ello. Porque así como tú, otros vivirán eso y sentirán lo mismo.

Hace una semana desperté con una noticia fulminante: el padre de un amigo muy cercano falleció. Hace un par de meses pude platicar con padre e hijo. Mi amigo me contaba de todo el apoyo que recibió de él para sus proyectos personales y cómo incluso compraron departamentos en la misma zona para estar cerca. Siempre me pregunté si tendría el mismo tipo de relación con mi padre. Muy probablemente no.

Un par de días después recibí una llamada. Era él, quería saber cómo lo viví en su momento ya que de todos los amigos, yo era el único que había vivido de forma similar la pérdida. Platicamos durante más de una hora para saber cómo se sentía y que sacara todo, pues lo conocía y sabía que se guardaba muchas cosas para no preocupar a los demás. Le preguntaba más, él tomaba aire y trataba de sonar lo más tranquilo posible pero conocía ese sentimiento.

Antes de colgar me soltó una pregunta que no esperaba: “por favor, quiero que me seas sincero y me digas si realmente podré sentirme bien después de esto”. Quizá hay muchas cosas que ignoro de esta vida, pero en esta ocasión tenía la respuesta porque lo había vivido.

Le dije que sí, que en este momento pareciera que no es así, que todo se acabó pero que volverá a ser feliz, y volverá a reír y a enamorarse y a tener buenos momentos con sus amigos, que quizá algún día tenga interés en formar una familia o iniciar un proyecto y comience a hacer planes para su futuro y nada de eso está mal, que la gente que lo dio todo por nosotros en vida hubiera querido nuestra felicidad y por ello sonreír no es traicionar su memoria sino demostrar lo mucho que valoramos lo que hicieron.

Y sé que él estará bien, quizá no en una semana o un mes, pero lo estará porque así es la vida y tenemos que aprender a despedirnos y dejar ir. Al final los que quedamos tenemos una lección que aprender y quizá podamos dar todo nuestro amor a la familia y amigos que aún están con nosotros para que se sientan valorados, queridos y no irnos con ese pendiente al dejar este mundo.

Quizá la muerte nos hace más sabios o nos acerca un poco más a la madurez. Tal vez somos como esos personajes de las grandes historias que a partir de la muerte dejan atrás la niñez y se consolidan como gente adulta. Con suerte podremos darle alguna palabra de consuelo a quienes están viviendo esa situación por vez primera. Para ello tenemos que asumir que todo ello nace del dolor de la pérdida.

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Armando Ruiz

Storyteller, consultor de marketing, conductor de Wind Podcast, profesor de Relaciones Públicas en el Tec de Monterrey, colaborador en Entrepreneur.